miércoles, 15 de mayo de 2013

SOCIALDEMOCRACIA

Son malos tiempos para la lírica, como decía una vieja canción y, por lo que se observa, malos tiempos para la socialdemocracia.

En cuanto a la socialdemocracia, durante las últimas décadas, hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material hasta el punto de convertirse en el sentido de nuestro propósito colectivo. Hemos llegado a comprender cuánto cuestan las cosas, pero nos hemos olvidado de lo que valen. Hemos abandonado la vieja costumbre política de plantearnos si las decisiones que tomamos son justas; ecuánimes o si van a beneficiar al conjunto de las personas sobre quienes recaerán.

Históricamente, los socialdemócratas habían sido una especie de híbridos entre liberales y socialistas, respetuosos con la defensa de la libertad del individuo y con una fe ciega en la posibilidad y ventajas de las políticas públicas y colectivas para la consecución del bien colectivo. Estos sólidos principios les habían permitido alcanzar altas cotas de poder y desarrollar un espacio de libertad y  de igualdad sin parangón en la historia de la humanidad.

Pero como en todos los órdenes de la vida, en la política, la consecución del éxito es el paso previo a la borrachera que empuja hacia el abismo. Este abismo ha sido el permitir o facilitar que las transacciones financieras se hayan convertido en la principal fuente de fortuna, desplazando a la producción de bienes y servicios del centro de la actividad económica. Esto ha sido causa fundamental de la caída en el profundo abismo de miseria pública en el que nos encontramos. Los síntomas del empobrecimiento colectivo están a nuestro alrededor: educación en desamparo; sanidad desmantelándose; infraestructuras abandonadas y en desuso; conciudadanos expulsados del sistema...

La política moderna plagada de ADN neocom ha optado por explotar las condiciones de vida y trabajo para poder poner al alcance de los consumidores asalariados productos a bajo precio y con dudosas garantías de seguridad en su consumo, en lugar de mejorar las condiciones salariales de los trabajadores y poder atraer a éstos a un rango vital más ventajoso desde el punto de vista de su contribución al sistema, en tanto que dispondrían de rentas más altas.

En nuestro entorno, la derecha ha optado por la política del no hacer, del dejar que pase el tiempo, mejor no optar y no someterse al juicio de la ciudadanía a tener que legislar sobre cuestiones esenciales y controvertidas. Se ha optado por el camino del sálvese quien pueda, del canibalismo salvaje de la competencia por razones de necesidad, por la exclusión. En definitiva, se ha optado por un sistema cerrado de partidos institucionalizados que defienden una democracia y garantizan, a la vez, unos necesarios desagües, tal y como expresaba John Betjeman.

La socialdemocracia siempre ha defendido los principios del juego democrático y participativo, asumiendo el precio de competir en libertad, mediante sistemas abiertos, por el poder, asumiendo compromisos, incluso, con los sectores más críticos. Para la socialdemocracia, fundamentalmente la escandinava, la economía no era el eje de su quehacer; más allá, siempre ha entendido su versión comunitaria como herramienta redistributiva, un modo de evitar la concentración de riqueza y la desigualdad. Aquello que, en palabras de E.P. THOMPSON, se conoce como la economía de la cooperación en pos del bien común, sin exclusiones, aquello que él mismo definió como ECONOMÍA MORAL.


                                                                         (En homenaje a TONY JUDT..... "algo va mal")

viernes, 10 de mayo de 2013

CURRÍCULUM, ESE RECURSO ARCAICO

Javier Dorado Soto es el presidente de Nuevas Generaciones de la provincia de Pontevedra y desde que el PP ganó las elecciones gallegas es también –a sus 21 años, sin experiencia laboral conocida y sin haber terminado la carrera de Derecho– asesor del consejero de Economía e Industria, Javier Guerra Fernández  http://www.libertaddigital.com/nacional/la-xunta-nombra-asesor-de-economia-e-industria-a-un-estudiante-de-21-anos-1276362247/

 Acabar una jornada de huelga general en el sector de la educación por mil y un motivos, compartidos o no, y acceder a noticias de este calado, es una estocada, casi la puntilla, a un estado de ánimo completamente golpeado por las circunstancias.

Horas de manifestaciones, horas de reivindicaciones, horas de discusiones y argumentaciones, horas de lucha por un sistema educativo frustrante y frustrado contra un sistema político que lo envuelve todo en la bandera de la "política educativa" y adoctrinadora, se vuelven horas de desesperanza al tropezar con escándalos tan mayúsculos.

Dejando a un lado al sector reivindicador y sus reivindicativos motivos; es imprescindible, a raíz de noticias tan devastadoras, centrarnos en la otra parte. El gobierno.

El ministerio del ínclito Wert, el de la moqueta, claro (sabemos que hay un Wert con más corazón y razón que bolsillo), es el abanderado de la campaña que da a conocer las miserias de un sistema educativo que exigen una inmediata, innegociable e imperativa transformación del sistema de educación, otrora pública, universal y gratuita, para convertir a los holgazanes frutos de las aulas socialistas en españoles de bien, educados, formados, adiestrados y preparados para un mundo global en el que sepan ser, más que niños con un globo en la mano, partes de un globo que esclaviza a sus niños.

Una y otra vez, cual argumentario monolítico y, tal vez, no faltos de razón, se nos recuerda que este sistema de falta de idiomas, de falta de capacidad formativa, de falta de conocimientos básicos, de falta de capacidad de adaptación a un  mundo cada vez más competitivo es una fábrica de jóvenes sin posibilidad de rellenar media docena de currículums vitae lastimosos que no permiten su incorporación a un sistema productivo depredador de mano de obra.

Con este cuadro clínico sobre la mesa, todos y cada uno de nosotros hemos de ser presas del pánico que supone la carencia de futuro y lanzarnos al mundo del conocimiento hasta alcanzar la tan cacareada EXCELENCIA, único salvoconducto para poder competir con salarios globales de miseria con niños a los que la vida no les depara más que 20 o 30 años de esclavitud lejos de nuestros ojos.

Obvio; completamente de acuerdo; imprescindible; inaplazable; urgente, son una pequeña muestra de los calificativos que esta situación de "analfabetismo" de nuestros jóvenes los aleja de cualquier posibilidad de poder ganarse un mendrugo de pan duro, que, si deseasen que fuese pan del día, solo se puede pedir con múltiples idiomas, múltiples licenciaturas, experiencia, y varios fajos de folios para explicar a quien te explotará a cambio de unas gracias, que eres mucho mejor que él, pero que te conformas con su mísera generosidad contractual o, en caso contrario, te llenas unas alforjas con lo puesto y te vas en busca de "aventura".

Pero es, entonces, cuando la MALA HOSTIA brota de entre el negro sobre blanco y la realidad pone, ante tus ojos, que uno de esos jóvenes sin currículum, fruto de esas diabólicas aulas socialistas, sin idiomas, sin ninguna titulación, sin experiencia, sin capacidad de demostrar que su mano derecha es la que se contrapone a su mano izquierda accede a un cargo en el gabinete de un conselleiro de economía del gobierno gallego amparado en la cualificadora universidad de las NUEVAS GENERACIONES DEL PP.

En fin, echando la persiana de este día de huelga de la educación, dejo escrita una nota para que me recuerde que jamás escolarice a mis hijos, que les haga entender que la cultura del esfuerzo que pregonan no es imprescindible, ni urgente, ni necesaria, QUE SOLO ES NECESARIO GRABAR A FUEGO: "SOY PRESIDENTE DE LAS JUVENTUDES DEL PARTIDO"

Buenas noches.




















miércoles, 8 de mayo de 2013

DE TOCAR FONDO Y OTRAS CAIDAS

Desde hace siglos el ser humano conoce la ley de la gravedad y se ha pasado todo este tiempo estudiando sus efectos. Se han analizados sus efectos en caída libre; en tiro parabólico; en tiro vertical; con rozamientos y sin ellos; y, así, uno tras otro detalle que desde el punto de vista de la física resultase de interés.

La ciencia aplicada a las relaciones humanas ha pasado por alto esta ley y sus implicaciones en las relaciones entre los individuos.

Desde hace, al menos, 5 años venimos oyendo que hemos tocado fondo en este proceso de caída libre, imparable, en parte gravitacional y, en otra, empujados por la losa que supone un sistema de organización social y política que permite que, en contra de todas las leyes de la ciencia; lo más pesado de la sociedad, es decir, aquellos que más acumulan, se sitúan sobre las capas menos pesadas y los presiona todavía más en este proceso descendente.

Salvo que nuestra curva descendente sea un proceso con cientos de mínimos locales, es imposible tocar infinitos fondos sin dejar de caer. En las relaciones sociales, las cuestiones matemáticas de mínimos relativos tienen tan poca influencia como credibilidad. Caemos, sí, sin fondos, sí y, en esta aproximación al abismo, podemos aceptar que los lodos de este solar están muy próximos. Si sumamos al riesgo de esta caída sin red el riesgo del inminente impacto contra el suelo, podríamos plantearnos los escenarios posibles del post impacto.

Durante el descenso, las fuerzas que nos empujan hacia el suelo, nos han despojado de bienes, posesiones y derechos, desnudándonos de tal modo, que nos vamos quedando desnudos y enfrentados única y exclusivamente a nuestras miserias y necesidades.

Estamos, pues, en el punto de partida desde el que iniciamos, hace siglos, el viaje ascendente en la búsqueda de un punto más elevado que nos proporcionara un bienestar de luz y mejores vistas.

Desnudos y desposeídos de todo lo ganado en el viaje ascendente, nos aproximamos al momento del impacto contra el tan anunciado fondo con una duda existencial: será nuestro fin o nuestro punto de inflexión?

Una duda de ese calibre no puede obtener respuesta en un proceso tan delicado. En una situación de pánico, las reflexiones se sustituyen por los más básicos instintos, algo de lo que se aprovechan los que empujan para alcanzar los acuerdos más ventajosos posibles. En una situación de pánico todos consideramos que los derechos que nos hemos ganado y de los que nos hemos dotado, son absolutamente intercambiables por la supervivencia.

Por ello, en esta aproximación al impacto contra el fondo y tras despojarnos de todos nuestros derechos, me permito la licencia de pensar que, a este tocar fondo no le acompaña un rebote, sino un seguir escavando.















martes, 30 de abril de 2013

PRECIOS Y VALORES

He dedicado las últimas horas de mi vida a tratar de comprender, por mi mismo y mediante la confrontación con los otros, el alcance de la siguiente noticia: "Alfredo Sáez, consejero delegado del Santander, indultado de una condena de inhabilitación, se acoge a la baja voluntaria accediendo a unos derechos pasivos de 88 millones de euros".

Bien. En primer lugar, la cuestión se fundamentaba en el hecho de que fuese o no legal la percepción de semejantes cantidades. Et voilá; me he visto atrapado en la insondable maraña de la legalidad, basándose en la cual, lo pactado en un contrato va a misa, sí o sí. Llegados a este punto suelo levar anclas y zarpar hacia lugares de aguas más claras, menos turbias, lejos de los lodazales de lo que es, porque alguien lo ha plasmado así en contraste de negro sobre blanco, como si fuera un dogma de fe transmitido desde un cielo desconocido. "Las cláusulas estipuladas en los contratos han de respetarse tal cual para preservar el principio de legalidad de los acuerdos entre partes", me argumentaban, añadiendo: "las cantidades, desorbitadas o no, reflejan el valor de un individuo a quien, de no pagarle esos emonumentos, se lo puede llevar la competencia", finalizaba.

Llegados a este punto, le planteé la cuestión de la modificación de los códigos en tanto que los poderes legislativos no son eternos, a pesar de que se eternicen y, además, traté de hacerle entender que lo legal es tan efímero como las circunstancias obliguen a los legisladores en busca y captura de sus pasaportes para la permanencia; los votos.

 Por otro lado, sentí la tentación de asumir que había perdido 5 años de mi vida estudiando, con auténtico placer, el mayor número de vericuetos posibles de la economía. Según mi interlocutor, el precio se fija, casi sin ponerse colorado, en función de la voluntad de las partes o, en el mejor de los casos, en función de una estimación a tanto alzado; es decir, un precio en base a porque yo lo valgo, vaya.

Lo cierto es que es un mecanismo de fijación de precios tan válida como otro cualquiera pero tan alejada de la realidad como las cifras manejadas por quienes las hacen realidad. Resulta todavía más curioso si entendemos que, quienes defienden emonumentos de este calibre, defienden la libertad de mercado para el manejo de las relaciones económicas entre particulares; mercado que entiende como mecanismo de fijación de precio la ley de oferta y demanda, herramienta tan técnica como alejada del principio del porque yo lo valgo.

El mercado en el que una manzana presenta un precio de 88 millones sería rechazable; si una silla fuese etiquetada con un precio semejante se vaciaría de contenido; si un factor de producción exigiese un coste similar, sería un factor fuera de mercado, todo muy ajustado a la ortodoxia más rancia. Cómo comprender, pues, que un ser humano, cualificado, de aplicación indirecta en la estructura de costes de una empresa pueda alcanzar un coste de 88 millones de euros y sea aplaudido y un factor de producción de influencia directa en el proceso productivo alcance un coste de 20 días por año trabajado y sea un lastre para el funcionamiento del sistema.

Sencillo. La economía es una ciencia que funciona de modo cuasi perfecto cuando se le aplica a los demás; cuando es de aplicación a los colectivos no decisores; cuando ha de ser soportada por colectivos sin margen de maniobra; en definitiva; cuando se cumple aquella máxima de nuestro refranero popular de que "quien parte y reparte se lleva la mejor parte".




lunes, 29 de abril de 2013

PACIENCIA EN DOSIS DE GENÉRICO

         Un lunes al sol de finales de Mayo es lo propio para un español de comienzos del siglo XXI. Más allá de los evocadores recuerdos a buen cine español, actividad de la que se podía disfrutar cuando uno podía disfrutar, es una realidad costumbrista en un país en el que el tiempo libre es el que más ocupamos en pensar cómo deshacernos de él.
         Entre ideas desesperadas, rocambolescas, sin sentido, nos devanamos los sesos tratando de dar esquinazo a ese duende que nos mantiene las neveras vacías, mientras nos flagelamos vilmente con las noticias que invaden todos los rincones de este mundo llenándola de diagnósticos de una enfermedad que parece nadie puede o no quiere curar.
          Estamos enfermos, sí. Somos como señoritos que hemos decidido disponer de un servicio doméstico que nos solucionara los problemas de la vida diaria y, tras sufrir un bucle que nos ha condenado de modo casi irreversible, ese mismo servicio nos tiene ahora a sus pies controlándonos la dieta, la cartera, nuestros vicios y, por si fuera poco, nuestro tiempo libre. Hemos alcanzado un punto en el que el servicio se fija su salario, sus vacaciones, sus disponibilidades y, encima, nos determina que hemos de ganar nosotros, a qué hora hemos de levantarnos. Incluso, se da el caso de que nos vemos obligados a pasar sin comer para poder pagarles sus derechos laborales.
         Ese fenómeno de esclavitud, abuso, coacción del sirviente se ha conseguido sin la intervención de ningún sindicato de clase pero con su connivencia, acabándose por convertir todos en una clase, sindical o no.
         Estamos enfermos, sí. Somos un grupo formado por millones de pacientes que estamos bajo el yugo de algo más de cientos de miles. Somos un grupo de millones que entregamos millones a esos cientos de miles y todo a cambio de unas vagas promesas de que llegará el día en el que podamos recuperar una copia de las llaves que abren las cerraduras de nuestras vidas, pero, jamás el original. Y, todo eso, lo vamos soportando con recetas low cost como la siempre infalible paciencia; eso sí, en los tiempos que corren, paciencia en cápsulas de genérico
        

jueves, 14 de marzo de 2013

SÍNDROME DE ESTOCOLMO

El país antes conocido como España sigue sufriendo del síndrome de Estocolmo.
 Tras un proceso de secuestro duro y doloroso, conocido como Guerra Civil Española, España cayó bajo las garras de un tal, hoy nombre de Papa, y, tras cuarenta años de duro callo, parte de sus capturados acabaron por creer en él y verlo como una bendición del cielo.
La otra parte, agradeciendo a la señora de la "guadaña" que se lo llevara, más tarde que pronto, decidió abrir las ventanas y prometer un maná en forma de democracia que llenaría de luz y esperanza al pueblo secuestrado por el Régimen. Y sí, abrieron ventanas y puertas, dejaron que salieran parte de los que estaban dentro, se metieron ellos y, una vez instalados y puestos cómodos, volvieron a cerrarlas para mantenerlas así hasta el día de hoy.
Así qué, hoy nos encontramos con una plaga de individuos que se han parapetado dentro, blindados con sus privilegios y poderes, pero, eso sí, cada cuatro años nos tiran unas papeletas por las ventanas, que recogemos con esmero y depositamos en el buzón para que ellos sigan siendo los "merecedores habitantes" de la casa.
Resulta, pues, que en formato denominado por ellos democracia, unos grupos endogámicos se han montado su propia clase, una especie de pseudo nobleza del antiguo régimen en el que los señores feudales, ahora políticos, dan instrucciones a la población bajo su influencia, sobre qué, cómo y cuándo producir en sus tierras; los diezmos que han de ser depositados y, si cabe la posibilidad, los derechos que, de tanto en tanto, se nos permiten ejercer una vez acabadas nuestras jornadas.
Como la situación es propia de ese Antiguo Régimen que ya creíamos superado, se vuelven a poner de moda teorías de la época como las de Thomas Malthus, quien creía que la mejor medida para superar una crisis era la biología; esto es, los excesos de necesitados sobre necesidades se equilibraba dejando que los necesitados se vayan muriendo hasta equilibrar a las necesidades.
Pes sí, señores, tras llegar a la luna, tras conseguir que uno se cayese casi desde ella, tras conseguir alcanzar cotas en las que la riqueza individual supere la de una colectividad de millones de seres humanos; seguimos pensando que esto  es lo menos malo que nos puede pasar.
Pues no, yo me niego a padecer este síndrome, yo me niego a ver con cariño y respeto a estos nuevos captores.