jueves, 14 de marzo de 2013

SÍNDROME DE ESTOCOLMO

El país antes conocido como España sigue sufriendo del síndrome de Estocolmo.
 Tras un proceso de secuestro duro y doloroso, conocido como Guerra Civil Española, España cayó bajo las garras de un tal, hoy nombre de Papa, y, tras cuarenta años de duro callo, parte de sus capturados acabaron por creer en él y verlo como una bendición del cielo.
La otra parte, agradeciendo a la señora de la "guadaña" que se lo llevara, más tarde que pronto, decidió abrir las ventanas y prometer un maná en forma de democracia que llenaría de luz y esperanza al pueblo secuestrado por el Régimen. Y sí, abrieron ventanas y puertas, dejaron que salieran parte de los que estaban dentro, se metieron ellos y, una vez instalados y puestos cómodos, volvieron a cerrarlas para mantenerlas así hasta el día de hoy.
Así qué, hoy nos encontramos con una plaga de individuos que se han parapetado dentro, blindados con sus privilegios y poderes, pero, eso sí, cada cuatro años nos tiran unas papeletas por las ventanas, que recogemos con esmero y depositamos en el buzón para que ellos sigan siendo los "merecedores habitantes" de la casa.
Resulta, pues, que en formato denominado por ellos democracia, unos grupos endogámicos se han montado su propia clase, una especie de pseudo nobleza del antiguo régimen en el que los señores feudales, ahora políticos, dan instrucciones a la población bajo su influencia, sobre qué, cómo y cuándo producir en sus tierras; los diezmos que han de ser depositados y, si cabe la posibilidad, los derechos que, de tanto en tanto, se nos permiten ejercer una vez acabadas nuestras jornadas.
Como la situación es propia de ese Antiguo Régimen que ya creíamos superado, se vuelven a poner de moda teorías de la época como las de Thomas Malthus, quien creía que la mejor medida para superar una crisis era la biología; esto es, los excesos de necesitados sobre necesidades se equilibraba dejando que los necesitados se vayan muriendo hasta equilibrar a las necesidades.
Pes sí, señores, tras llegar a la luna, tras conseguir que uno se cayese casi desde ella, tras conseguir alcanzar cotas en las que la riqueza individual supere la de una colectividad de millones de seres humanos; seguimos pensando que esto  es lo menos malo que nos puede pasar.
Pues no, yo me niego a padecer este síndrome, yo me niego a ver con cariño y respeto a estos nuevos captores.